¿Sabías que cada segundo se envían en todo el mundo casi 10.000 tweets? ¿Y que, en el mismo tiempo, la población mundial envía y recibe más de 3.000.000 de e-mails (de los cuales, un 70% son “spam”)? ¿Sabías que, globalmente, existen más de 1,5 billones de websites, de las cuales menos de 200 millones están activas?
Viajando en transporte público o simplemente transitando por las calles de cualquier ciudad, nos resulta corriente observar un paisaje de cabezas inclinadas accediendo a su “Narnia” particular, a través de la mágica puerta de su samartphone. Algunas fuentes aseguran que pasamos entre 10 y 40 horas a la semana conectados a algún tipo de tecnología. Es decir, dedicamos más tiempo a internet que a hacer deporte… o simplemente a charlar.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística, un 96% de las familias cuentan con al menos un teléfono móvil, que es el dispositivo habitual de acceso a internet del 77% de los internautas. Sin duda, el smartphone se ha convertido, para muchos, más que en un medio indispensable, casi en un nuevo apéndice de su anatomía, representando un foco de adicción que genera nuevos tipos de trastornos de la salud.
Muchas de estas consecuencias negativas se engloban dentro del considerado tecnoestrés, un concepto atribuido al psiquiatra estadounidense Craig Brod en 1984, del que trata en su libro"Technostress: The Human Cost of the Computer Revolution". Craig define el tecnoestrés como “una enfermedad de adaptación causada por la falta de habilidad para tratar con las nuevas tecnologías de manera saludable". Es decir, no solo trata de las consecuencias del abuso de las TIC, sino del estrés que provoca no estar a la altura a nivel de usabilidad.
Así, el tecnoestrés puede aparecer tanto en el entorno personal, como en el entorno laboral y manifestarse en tres variantes:
1. La tecnoansiedad, causada por la tensión producida por una alta activación psicofisiológica no placentera, que fomenta el escepticismo respecto al uso de las TIC y respecto a nuestra capacidad y competencia digital.
2. La tecnofatiga, más centrada en el agotamiento psicofísico por el sobreuso de las tecnologías. La sobreinformación o sobrecarga informativa perjudica nuestro proceso cognitivo, generándonos confusión, ansiedad, intranquilidad y agotamiento. Es decir, nos colapsa el cerebro y perdemos la capacidad de análisis. La neurociencia nos ha demostrado sobradamente que el cerebro no está preparado para ofrecer una respuesta efectiva cuando procesa diferentes tareas. Las distintas posiciones de memoria del cerebro tienen que concentrarse, trabajar de un modo secuencial (primero una cosa, luego otra) para poder alcanzar un rendimiento óptimo.
3. La tecnoadicción hace referencia directa a la compulsión irrefrenable al uso de las TIC, siempre y a todas horas o durante períodos demasiado extendidos en el tiempo. Un tecnoadicto hace de la tecnología el eje estructural de su vida. Es decir, como en cualquier adicción, pasa a depender de su uso para realizar casi cualquier acción, aunque sea incluso más fácil realizarla sin intervención tecnológica. Así, un tecnoadicto dirige sus relaciones y comunicaciones sólo o mayoritariamente a través de canales digitales, realiza compras online, incluso de las cosas más simples, dispone de múltiples aparatos electrónicos y deriva las acciones cotidianas a través de la tecnología, llegando a convertirse en completos dependientes, incapaces de funcionar si falla internet.
Como en todo, podemos determinar diferentes grados, pero algunos de los hábitos que detallamos a continuación deberían hacerte revisar tu nivel de dependencia:
El pijama digital:
Si eres de los que no te vas a dormir sin haber revisado tu correo, whatsapp y redes sociales, es posible que no te estés relacionando de manera completamente sana con la tecnología.
Me estreso si no sé cómo funciona:
Los avances tecnológicos son vertiginosos y abrazan la obsolescencia de un modo exageradamente rápido. No poder seguir su ritmo no significa que no seamos competentes, tan solo significa que no centramos todo nuestro interés únicamente en la tecnología, dando espacio a otros aprendizajes y experiencias. No eres un marciano si no sabes qué es o como funciona un “Chatbot”.
Los tiempos muertos:
Si te sorprendes llenando tus “tiempos muertos” únicamente a través de consultas sin rumbo en Google o en cualquier red social, en busca de nada en concreto, simplemente “a ver qué hay”, debes saber que te estás perdiendo la vida. No estás usando la tecnología, sino dejando que la tecnología te utilice. Levanta la cabeza, mira a tu alrededor y convive con el mundo real.
Conexión en tiempo de desconexión:
Si descubres que no eres capaz de disfrutar de algo que te despierte interés sin que haya un dispositivo electrónico de por medio, puedes tener un problema. Si eres de los que va a cenar acompañado y planta el Smartphone sobre el mantel; si en tu tiempo libre no eres capaz de dar un paseo, hacer deporte, ir a la playa, mantener una conversación, escuchar música o cualquier otra actividad placentera, sin usar tu dispositivo móvil, tienes algún grado de dependencia tecnológica.
Depender en exceso de las apps deportivas es un peligro, puesto que están diseñadas para medir nuestro rendimiento y facilitan totalmente su publicación en redes, representan un peligro de anclaje en la que nuestra autoestima pasa a depender de nuestros resultados y del impacto positivo que generen en la opinión de los demás.
Necesidad de respuesta inmediata:
Envías un whatsapp o un correo y piensas que 2 minutos sin recibir respuesta es un tiempo excesivo. No comprendes por qué no te responden y desencadenas pensamientos automáticos que te generan intranquilidad, desasosiego, incluso angustia. Eso sucede porque no contemplas la posibilidad de que el receptor de tu mensaje no viva enganchado a su teléfono, como vives tú. Quizás trate de respetar su tiempo libre o de atender conscientemente a una reunión o, simplemente, no vive pendiente de la tecnología y se relaciona con ella de un modo más sano, sin dejar que esta dicte su disponibilidad de tiempo.
En cualquier caso, si te reconoces en alguno de estos hábitos, déjame que utilice la frase que el Comandante del Apolo XIII, Jim Lovell, transmitió a su base durante la fallida misión a la luna, para describir tu situación: “Houston, tenemos un problema”.
Cuando no puedo estar sin ti: Nomofobia:
Aunque no está considerada oficialmente una patología, de especial interés para los psicólogos es el fenómeno denomidado nomofobia, una nueva adicción cuyo nombre deriva del inglés (No-Mobile Phone Phobia) y que hace referencia al estrés incontrolable causado por la imposibilidad de disponer del teléfono móvil en cualquier momento y lugar, bien sea por olvido, por falta de cobertura, por falta de saldo, por robo, por pérdida, por no disponer de batería, etc…
Según estudios recientes, el 58% de los hombres y el 48% de las mujeres sufren pánico al plantearse la indisponibilidad momentánea de su Smartphone, y un 9% sienten estrés sólo de pensar que deben mantenerlo apagado.
Síntomas de la nomofobia:
La dependencia que genera la nomofobia conduce al aislamiento social, ya que toda la vida es gestionada a través de internet. Es decir, reconducimos el mundo externo a través de nuestro mundo interno, relacionándonos sólo a través de pantallas. Colgamos nuestra vida en la red e interactuamos con los demás única o mayoritariamente desde allí, rebajando la calidad de la relación humana, que en lo virtual adopta otras reglas muy diferentes. Sin darnos cuenta, ponemos nuestra vida en manos de los demás y dejamos que sea la comunidad virtual la que gestione nuestra vida a través de sus opiniones, sus likes o dislikes, el número de tweets o las veces que se comparten nuestras publicaciones, cediendo nuestra aportación de valor al reporte que recibimos. Así, pensamos que valemos aquello que los demás dicen que valemos.
Dicho de otro modo, dejamos nuestra identidad en manos de los algoritmos y de las estrategias de desarrollo de un sistema de comunicación global, que decide de un modo velado por nosotros. Perdemos totalmente el control. Y eso es un peligro monumental para nuestra autoestima, sobre todo si somos jóvenes o adolescentes.
Cuando el intercambio social no fluye del modo en que esperamos, surge en nosotros la ansiedad, el nerviosismo, las obsesiones, que somatizamos en jaquecas, dolores intestinales o taquicardias, síntomas muy propios de una adicción.
Precisamente, ese miedo a dejar de existir cuando desconectamos del mundo virtual, a subrogar nuestra existencia al uso constante y desmedido del móvil, es un trastorno con nombre y apellidos: FOMO (del inglés, fear missing out, o miedo a estar desconectado)
Algunos de los síntomas que os harán reconocer a un nomofóbico son:
· Chequeo constante de la recepción de mensajes en cualquier aplicación.
· Pérdida de horas y calidad del sueño por uso de redes sociales.
· Imposible desplazarse a un sitio sin o con mala cobertura.
· El Smartphone no se apaga jamás.
· Necesidad de mantener la batería cargada al máximo posible todo el tiempo.
¿Te suena?
La realidad es que la estructura de los actuales mecanismos de relación giran demasiado en torno a la necesidad de conexión. Es decir, se nos hace difícil no estar conectados. Es cierto que los medios telemáticos y digitales han supuesto una gran herramienta de globalización e incluso de democratización, acercando personas e intereses de un modo inmediato, generando sinergias que de otra manera serían imposibles o inviables.
Sin embargo, es importante que seamos capaces de diferenciar entre el mundo real y el virtual, entendiendo, adoptando y respetando las reglas que rigen en cada uno de ellos, sabiendo aprovechar las ventajas y salvar los peligros que cada uno de ellos representa.
La clave para el equilibrio se encuentra en generar hábitos de desconexión eficaces que nos permitan unir los dos mundos, dándole a cada uno el espacio justo que necesita, para poder relacionarnos de una manera saludable con la tecnología.
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